lunes, 19 de enero de 2009

Mar de Letras






Mi abuelo fue el capataz del antiguo dueño de Concon y Reñaca. Un día de sol fue a hablar con su jefé para pedirle la costa de Higerillas, era su sueño construir la primera caleta en la ribera del lugar.
Pasaron los años y mi padre, como mi abuelo, dedicaron sus días a la pesca, saliendo diariamente antes del amanecer para volver al medio día con peces varios que les daba el mar.
Desde el primer día en que subí al bote a ayudar, supe que no era vida para mí. Fui creciendo hasta que un día desperté, me acerque a mi madre al desayuno y le dije: Mamá, le tengo que informar que la vida de pescador no va conmigo, pues yo, me voy a dedicar a estudiar.-
Y fue desde ese día nublado en la costa de Concón, que me subí al bote no a pescar si no a leer, sentí que mi alma se alegraba, que me acompañaba la calma dentro del mar, bailando con las olas y refrescándome la brisa, sentí como la mente se despejaba y deja que las ideas entraran y se quedarán.
Fueron años de remar y aprender en las costas de Concon.
Aún conservo el bote y cada año llega un señor desde Santiago, con su diario bajo el brazo, arrienda el bote y no vuelve hasta horas después. Otro navegante del mar de letras que descubrió la lectura calmada bajo la brisa y vaivén del mar.

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